“La noche más larga”.

O las increíbles hazañas de Marcelo Sajen, de Moroco Colman. Crítica al estreno reciente. Por Rosario Pilar Roig*

OCIO - FESTIVAL DE DOMA15 de febrero de 2021 Rosario Pilar Roig

Jesús María. La vuelta al cine. ¡Qué emoción! 

Estoy por entrar a ver una película sobre la ola de crímenes sexuales cometidos por Marcelo Sajen entre 1991 y 2004, algo que marcó un antes y un después para cualquier mujer que decidiera estudiar (o continuar) en la Universidad Nacional de Córdoba. 

En mi caso, caminar por el Parque Sarmiento en soledad, durante mis años de residencia en la ciudad, significó -la mayoría de las veces- una hazaña, incluso de día: que hacía menos de una década hubieran ocurrido lo que parecía el relato oral y terrorífico de un sinfín de violaciones me seguía resultando inverosímil, como una pesadilla... pero pasó. Fue real. Y no es fácil de olvidar. Imagínense para las víctimas.   

La historia, finalmente, llegó a la pantalla y, como muchísima gente, me senté con ilusión, además de conciencia crítica, dado que en eso consiste mi trabajo. 

La película empieza. Pasa la data que nos anuncia que estamos ante la reconstrucción de una historia real, luego las colaboraciones para su realización (La Voz del Interior, Gobierno de la Provincia de Córdoba, Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales, etc.), tomas aéreas de la ciudad de Córdoba en la noche.

El resto de la película se divide en capítulos. “El rapto” es el primero: compuesto de una serie de escenas donde el nefasto Sajen (un Daniel Aráoz tremendo) rapta a las chicas para llevarlas al parque. Esta parte de la película pretende narrar el modus operandi del criminal a la hora de secuestrar a sus víctimas para, luego, llevarlas al rincón más oscuro del pulmón de la ciudad. 

Quisiera dar cuenta del resto de capítulos, pero cometí el error de no llevar libreta, por lo que tuve que anotar todo en el celular. Lo siguiente es que, de la indignación que experimenté al salir de la sala, borré todo por error. 

Lo bueno (lo terrible, de hecho) es que el despiste no tuvo importancia: basta considerar las inolvidables escenas de violaciones y la operación que la cámara hace con los cuerpos de las actrices para decir que esta película resultó ser lo opuesto a lo que pretende. 

Las chicas caminan por la Obispo Oro de una Nueva Córdoba que, como dicen en la película, es un mundo aparte (bonito a costa de operativos de razzia y códigos contravencionales llevados a cabo durante los gobiernos de quien fue su principal autor y promotor, José Manuel de la Sota). 

De repente, aparece un sujeto que les apunta con un arma por la espalda, caminan bajo amenaza, las incita a la charla para distraer a los curiosos de la calle y, luego, lo inasible. La violación explícita. 

La secuencia se repite a lo largo de toda la película: a veces, la víctima es una sola; a veces, dos, tres, en el parque, en el edificio viejo de la Terminal, en una calle rural (la primera). 

La emoción de volver al cine se transformó en incredulidad. No puedo creer lo que estoy viendo.

La operación para movilizar a la consciencia pareciera ser la confrontación. Es decir, que asomemos las fauces al horror del hecho y, de esa manera, tomar consciencia de que esto no es joda. Bien. 

El problema es que las escenas están filmadas desde el punto de vista de Sajen, su deseo es el motor que le da sentido a las imágenes y controla tanto el destino de las mujeres como de las escenas. Así, cuando se incluyen fotografías de una víctima arrodillada y desnuda que está siendo forzada a practicar sexo oral (todo está a la vista) entre otras, la película de Colman se desvía pueblos enteros por la banquina y termina haciendo un tratamiento simbólico de las víctimas que pone al violador como sujeto enunciador, como autoridad narrativa. 

El resultado es la revictimización, con la diferencia de que ahora todxs somos participes voyeurs. En otras palabras, accedemos al hecho real a través de la mirada perversa del violador en tanto soporte activo de la historia y no a través de las víctimas -contrario a lo que podría pensarse de la voz en off femenina-, por lo que ”La noche más larga” no comporta una reparación histórica ni de justicia en lo más mínimo.

 

A ver... a ver. 

En la obra “Placer visual y cine narrativo”, la teórica de cine británica Laura Mulvey explica de qué manera el régimen de significación patriarcal opera a través de una forma de mirar que es masculina/activa, dejando a la mujer como imagen pasiva. 

En términos de la Gestalt, se podría decir que el hombre es la figura y la mujer es el fondo, el paisaje. Su imagen se organiza de acuerdo al deseo masculino para ser codificada a los fines de causar un gran impacto visual; fuera de ello, su presencia no reviste la menor importancia. 

Cuando vemos que en “La noche más larga” el 90 por ciento de la aparición en pantalla de una mujer es en los momentos previos, durante y posteriores a la violación, ¿qué lugar ocupa entonces su subjetividad en este film?

Las escenas de violación paralizan. Son absolutamente innecesarias y detienen el relato con sentidos adicionales ¿eróticos?, algo que según Mulvey es condición en un cine cuyo régimen de representación hacia las mujeres es claramente patriarcal. 

La diferencia es que la teórica está hablando, principalmente, de Hollywood. Por supuesto que no es un tema menor, pero aquí estamos ante un largometraje que ficcionaliza violaciones reales de víctimas que, probablemente, nunca obtuvieron reparación porque nunca hicieron la denuncia. Y esta consideración sobre las cifras negras del delito -en este caso sexual- es una información que, paradójicamente, la película ofrece al inicio. 

De manera que, considerando también el final, el resultado es un pastiche difícil de entender, como una receta malograda con ingredientes que lejos están de comulgar entre sí.   

Lo importante termina siendo la vida de Marcelo Sajen; su deseo y sus hazañas, mientras las mujeres corren por el plano del parque Sarmiento pidiendo auxilio, entre o- tras cosas. 

“La noche más larga” es una película perversa. 

No es poco mérito construir rendijas por las cuales invitarnos a mirar como mira un depredador, pero a los fines para los que fue creada esta película, que mejor se la lleve el viento. 

Quiero llegar a mi casa y ver otra.

*Licenciada en Psicología, cinéfila y crítica de cine en formación.

15-02-2021

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