Jesús María no cantará.

Luego de medio siglo, el ritmo de la ciudad permanecerá inalterado en las primeras semanas de enero: este año no habrá Festival. ¿Cómo repercutirá en la economía de la región?

Ocio - FESTIVAL 08 de enero de 2021

Jesús María. Luego de 55 años, por primera vez la vida de la ciudad permanecerá inalterada en el mes de enero.

Es que el 56º Festival Nacional de Doma y Folklore se suspendió a causa de la pandemia de Coronavirus y, a la luz de lo que se está viendo en el comienzo de las vacaciones estivales, fue una medida acertada de la Comisión Directiva que preside Nicolás Tottis.

El anfiteatro sólo será usado para paseos a caballo para niños, los sábados, domingos y feriados. Además, se podrá visitar el Museo del Festival, la última gran contribución cultural de la fiesta gaucha a la ciudad.

Como un presagio, los organizadores de la fiesta gaucha también se adelantaron en la generación de una zona gastronómica que funciona todo el año a partir de la construcción y concesión de salones, que se sumaron a las inversiones privadas que había en la calle Cleto Peña e incentivaron la apertura de nuevos emprendimientos.

Más allá del aporte como atractivo turístico, ese corredor también permitió centralizar la actividad nocturna.

Para el Festival, estas concesiones son un nuevo ingreso que permite cubrir los costos fijos de la institución, este año más valorado que nunca.

A decir verdad, en consonancia con esa constante de los seres humanos de valorar a personas, hechos, relaciones, sistemas y bienes cuando se pierden, el silencio del anfiteatro José Hernández este enero, sus luces apagadas, su escenario vacío, sus corrales sin relinchos, las calles sin turistas, la Terminal de Omnibus sin el desfile de familias con conservadoras, son un cimbronazo tan poderoso como el que aguantan los jinetes en cada embestida de los reservados que desafían para demostrar que son los mejores montadores del país en su especialidad.

Ni qué hablar de las calles sin ferias comerciales, de los escenarios públicos sin música ni danza, de la ausencia de carteles ofreciendo hospedajes en casas de familias, de los cientos de personas buscando qué hacer para ganar “un extra”, de la interrupción de los ritos juveniles como las noches de Los Tekis, el Chaqueño Palavecino o Los Manseros Santiagueños.  

 

Más allá del folklore.

En 2020, la Municipalidad hizo un sondeo de opinión y entrecruzó datos e información para calcular la repercusión del Festival en la economía de la ciudad.

Si bien fue una edición récord en muchos aspectos, según los datos obtenidos llegaron a Jesús María 400 mil visitantes, que dejaron en la región cerca de 600 millones de pesos, incluyendo alojamiento, entradas a la fiesta y gastronomía.

En las boleterías se vendieron 198.240 entradas. Por lo tanto, la mitad de los cientos de miles de personas que vinieron circularon en la zona sin ingresar al anfiteatro.

Montar el espectáculo y preparar la ciudad para recibir unos 33 mil turistas cada una de las 12 noches, les costó 90 millones de pesos a los organizadores del festival y a la Municipalidad.

El 41,4 por ciento de los visitantes gastó entre 1.500 y 3 mil pesos por día y el 33,5 por ciento redujo los gastos hasta 1.500 pesos.

Los de mayor nivel de gasto fueron uno de cada cuatro.

El 14,9 por ciento destinó entre 3 mil y 4.500 pesos por día para disfrutar de esta fiesta y el 10,1 por ciento gastó más de 4.500 pesos diarios.

Nada de eso se derramará en la zona en este 2021.

El año pasado, 500 personas de la zona trabajaron en puestos montados para el Festival, 650 trabajadores fueron contratados para el operativo municipal y se montaron 276 puestos gastronómicos para los días de la fiesta.

Para muchos de los emprendedores, la ganancia de esas diez noches era similar a la de un sueldo de empleado de comercio durante seis meses.  

 

Entradas vendidas en los últimos años.

2016: 164.662 entradas.

2017: 166.478 entradas.

2018: 144.286 entradas.

2019: 141.221 entradas.

2020: 198.240 entradas.

 

El gran salto cualitativo y cuantitativo del Festival Nacional de Doma y Folklore fue en 1989, cuando se duplicó la cantidad de entradas vendidas el año anterior y se registraron dos marcas nunca superadas.  

En esa edición, la 24ª, el segundo sábado entraron 36.463 personas y en diez noches ingresaron hubo 173.565 espectadores.

Pasaron 28 años hasta que, en 2017, se superaron las 166 mil entradas, pero en 11 noches. 

El año pasado ingresaron 198.240, lo que arrojó una utilidad de 18.618.930,60 de pesos.

Las 20 cooperadoras escolares asociadas recibieron el 50 por ciento de estos fondos, según lo establece el estatuto de la institución: el 50 por ciento en partes iguales y el 50 por ciento restante según la matrícula de cada establecimiento escolar. Fue un total de 9.309.465,30 de pesos.

Tampoco se derramará ese dinero en las 20 escuelas de la zona que están asociadas al Festival.

También la Municipalidad sintió la falta de estos fondos. El secretario de Hacienda, Adolfo Gros, en el mes de agosto le dijo al portal JMNoticias que los aportes del Festival al municipio “no son muy significativos; dentro de lo que es el balance general de la Municipalidad (...) el impacto es bastante bajo”.

Es verdad que el aporte no es cuantioso, pero era un ingreso extraordinario en meses de baja recaudación. Ciertamente, su apreciación contradice la experiencia de todos sus predecesores, que esperaban con ansias el cobro de los adelantos pagados en el remate para ocupar puestos comerciales en la feria callejera de enero. De hecho, hubo años que con esos fondos pagaron el sueldo de diciembre y, a veces, el aguinaldo. 

También es cierto que el Operativo Festival es costoso, pero siempre dejaba superávit.

Gros puntualizó en esa ocasión que “una buena parte queda para el puestero, que es de afuera, y lo que gana luego se lo lleva”. Y es tan real como lo estrecha que fue su mirada de CEO.

Porque no está en discusión la repercusión del Festival en la economía de cientos de familias y, mucho menos, los aportes intangibles de la fiesta.

08-01-2021

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